«La eterna juventud y la posible inmortalidad son biológicamente posibles. Podríamos vivir toda nuestra vida con la apariencia, salud y fortaleza del momento en que alcanzamos la madurez, es decir, como si tuviéramos siempre dieciocho. Los milmillonarios del mundo están invirtiendo sus fortunas en empresas que buscan conseguirlo. Y aunque ellos piensan en la eterna juventud o en la inmortalidad, sus inversiones pueden darnos a todos algo mucho más tangible y práctico». Los ricos no quieren morir: y eso puede mejorar tu vida
Una de las chapuzas biológicas decididas por la evolución para nosotros es que renovamos todas nuestras células cada diez años. Todas. Hígado nuevo, pulmones nuevos, piel nueva. La información almacenada en los genes permite renovarlas una y otra vez con copias idénticas. Pero. Siempre hay un pero.
El extremo de los cromosomas, llamado telómero, se acorta con cada copia, de tal modo que cada vez va saliendo un poquito peor. Arrugas, canas, flacidez. Envejecimiento. Llega un momento en que la copiadora se queda sin telómeros, como una impresora sin tinta, y alcanzamos el Límite de Hayflick. Se supone que está en 122 años porque nadie ha vivido más que eso, quizá esté en 100 o en 140, pero lo relevante es que los seres humanos nacemos con una fecha de caducidad más allá de la cual solo nos espera la muerte.
Y eso si somos afortunados, porque si no, alguna de las copias fallará estrepitosamente y desarrollaremos algún tipo de cáncer. La otra posibilidad es que desarrollemos diabetes, arteriosclerosis, cardiopatías, pancreatitis o cualquier otra enfermedad crónica. Y eso ocurrirá, porque cuando una célula no puede copiarse más se queda dentro de nuestro organismo, ni viva ni muerta, una especie de zombi pegada al tejido vivo. Es una célula senescente.
Cuando cumplimos 50 tenemos justamente el doble que cuando teníamos 20. Y continúan progresando con cada cumpleaños. Así que si tenemos una vida larga los telómeros cortos y las células senescentes son dos bombas de relojería que, salvo contadas excepciones, acabarán matándonos antes de cumplir los cien.
Estos son los mecanismos de la vejez, y la valoración de la industria dedicada a combatirla alcanzó en 2022 los 60.000 millones de dólares. Con una capitalización bursátil de sus empresas que dobla a la inversión anual en ciencia en España. Con 28 fondos de inversión negociados en el NASDAQ, que incluyen empresas valoradas en 1.500 millones y pequeñas pymes de 5 millones.
Más un buen puñado de millonarios, entre los que encontramos nombres tan populares como Elon Musk, Jeff Bezos o Peter Thiel, e inversores corporativos tan potentes como Google. Todos decididos a poner mucha pasta en una promesa que parece pura fantasía: mantenernos siempre jóvenes.
No es un delirio, ni el deseo de los grandes millonarios de vivir para siempre o siempre con veinte años. La simple biología nos ha proporcionado dos casos de inmortalidad que tenemos muy próximos.
Primer caso. Lo vivimos cuando somos fetos en el útero materno. A esos bebés por nacer no se les acortan los telómeros. Durante nueve meses no envejecemos, sin más. Pero eso sí, en cuanto se produce el parto, nuestro reloj del fin se pone en marcha.
Segundo caso. Las células de Henrietta Lacks, que murió en 1951, siguen vivas. Se extrajeron del cuello de su útero, y hoy están repartidas por laboratorios de todo el mundo. Porque en origen no eran muchas, pero como han continuado replicándose, tenemos tanto material, y tan único, que sirvió para la vacuna contra la polio y recientemente para las del coronavirus. Una verdadera joya que nos permite experimentar en tejido humano sin usar a un ser humano. Solo tienen una pega. Son un tumor maligno, un cáncer. Efectivamente, las únicas células humanas inmortales son cancerosas.
La conclusión científica teórica sobre estos dos casos es indiscutible: la eterna juventud y la posible inmortalidad son biológicamente posibles. Si además de inducirlas con tecnología, erradicamos los posibles efectos secundarios podríamos ser jóvenes hasta que llegásemos a nuestro Límite de Hayflick. Vivir toda nuestra vida con la apariencia, salud y fortaleza del momento en que alcanzamos la madurez, es decir, como si tuviéramos siempre dieciocho.
Y ahora bajemos a la tierra. A Valencia, concretamente. En 2021 se celebró allí la tercera edición del Longevity World Forum, el mayor congreso de científicos europeos dedicado a la ciencia antienvejecimiento. Sus asistentes y miembros incluyen oncólogos, neurólogos, catedráticos y doctores e investigadores universitarios. Un elenco de gente brillante y de renombre que no necesita hacer promesas como las de Calico, la empresa formada por Google que promete a los de Silicon Valley entregarles, con dinero y tiempo, la llave de la eterna juventud.
Pero esos científicos, y ese es el dato más relevante, sí ceden a uno de estos personajes su prestigio a cambio de que alguien corra con los gastos del congreso y facilite su labor. La ciencia necesita dinero y si para conseguirlo hay que transigir con los ricos excéntricos se hace, porque la recompensa es mucho mayor, y más tangible, que la juventud o la inmortalidad.
Con quien transigen los científicos europeos es con Liz Parrish, CEO de BioViva Science, de EEUU. A sus 53 años asegura que sus células tienen 30, y… bueno, o se ha operado muy bien, o ha falsificado su fecha de nacimiento, o su terapia funciona. Aunque no ha sido revisada por científicos independientes, se supone que usa dos terapias génicas, una dedicada a alargar sus telómeros, y la otra a inhibir el envejecimiento celular.
Foto reciente de Liz Parrish con 52 años
(sin retoques fotográficos y según su testimonio sin cirugía).
El interés de Parrish por España no es casual, porque esa terapia supone aplicar a humanos lo que María A. Blasco, directora del Centro Nacional de Investigaciones Oncológicas, consiguió en 2008 en ratones. Retocando sus telómeros los rejuveneció, alargando su vida en un cuarenta por ciento más.
El método de Liz Parrish está en su fase 3 de estudio en Estados Unidos, lo que significa que se ha comprobado su eficacia en humanos. Si alcanzara la fase 4 sería aprobada como medicamento y tendríamos lo que la CEO de BioViva promete: una vacuna contra el envejecimiento. También es posible que, como muchos otros ensayos, no llegue nunca a aprobarse porque se descubran efectos secundarios.
Parrish es solo la punta de lanza de un conglomerado de empresas y fundaciones asociadas, vinculadas a la investigación sobre el envejecimiento. Repartidas por la India, Colombia, Estados Unidos, y diversos países de la UE. Y coordinadas con Calico, que es el mayor patrocinador del Longetivy World Forum de Valencia, empresa creada por Google para combatir el envejecimiento.
Los portavoces de estas empresas son imprudentes, excesivos en sus promesas, excéntricos en su apariencia y sobre todo rotundos en sus afirmaciones.
Todo lo contrario a un científico. Pero los hombres y mujeres de ciencia comprenden y respetan su papel, que consiste en atraer inversores como hace Parrish, diciendo ¡mira, parece que tengo treinta! Pon dinero en mi empresa y quizá puedas usar mi mismo método para estar divina, o divino.
Y ese dinero permite que los centros de investigación de todo el mundo desarrollen terapias centradas en la senescencia. Que suena mucho menos atractivo, pero que para los hombres y mujeres comunes resultará mucho más útil.
Porque si triunfan, si ese dinero fluye, si esas investigaciones prosperan, no será la eterna juventud ni la inmortalidad lo que conseguiremos. Sino la cura del cáncer, de la diabetes, de la arterioesclerosis, problemas de corazón, demencia senil, todas las enfermedades ligadas al envejecimiento.
El sueño de los ricos puede suponer el mayor salto médico de la historia humana después de la cirugía, los antibióticos y las vacunas. Y su oportunidad de ser más ricos. Así que dejemos soñar a Musk, a Bezos y a Thiel con que un día se convertirán en inmortales. Con suerte se irán, además, a vivir a Marte. Y todos viviremos mejor aquí en la Tierra.
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