Los próximos ordenadores biológicos
El paso decisivo para la inteligencia artificial fuerte, AGI.
Los ordenadores biológicos son una posibilidad que lleva tiempo estudiándose. Su objetivo es integrar los circuitos actuales con tejido vivo y aprovechar la capacidad de este para crecer y reproducirse. De este modo cuando necesitáramos más capacidad de procesamiento bastaría con alimentar el tejido celular del ordenador, que crecería por sí mismo, y cuya capacidad de transmitir impulsos eléctricos continuaría. Parece ciencia ficción, pero es, al menos en teoría, relativamente sencillo si pensamos que toda la computación está basada en código binario, unos y ceros. Simplificando, en base a un interruptor que puede estar encendido y apagado tenemos todas las funciones actuales de un ordenador.
Stable Diffusion. Prompt usado: quantum computer composed of human brains
Rebasando los límites de la Ley de Moore.
En 2013 se dio un paso decisivo hacia el ordenador biológico al crear un transcriptor, un transistor basado en DNA y ARN en lugar de silicio. Para hacernos una idea de la importancia de los transistores, debemos considerar que el primer microchip contenía 2.300, y que desde el año 1971, cuando se fabricó, su capacidad se ha ido duplicado anualmente. En 2021 se lanzó un microchip con 60.000 millones de transistores. Esta duplicación se conoce como Ley de Moore, y recibe su nombre por el cofundador de Intel, Gordon Moore, que la formuló. Desde 2010 se discute si sigue cumpliéndose y si el número de transistores puede seguir incrementándose, ya que depende de un límite físico, no tecnológico. Los transistores generan calor y hay que enfriar el chip, y en teoría puede llegar el momento en que su número sea tan elevado que no haya manera de enfriarlo lo suficiente para que no se funda al ponerse en funcionamiento. Pero hay además un límite de tamaño, para meter más transistores en los chips se hacen cada vez más pequeños, y desconocemos cuál es el límite de reducción. ¿El átomo? ¿Los electrones? ¿Las partículas cuánticas? Por el momento es difícil responder.
Y ahora pensemos en lo que tenemos encima de los hombros. Un procesador con más capacidad que cualquier conjunto de chips, al que la sangre enfría de forma constante, y que tiene alrededor de 100.000 millones de neuronas. Si consideramos cada neurona como un chip, podemos imaginar la capacidad de procesamiento que nos daría un ordenador biológico. Con él no habría ningún límite para la Ley de Moore.
Los organoides pueden hacerlos posibles.
Un organoide es un tejido vivo hecho de un determinado tipo de células que reproduce un órgano humano. Con células hepáticas podemos hacer un hígado, con las cardíacas un corazón, y con neuronas un cerebro. Por el momento no somos capaces de crear réplicas de órganos funcionales, pero sí tejidos que recrean al órgano real, ideales para usar en los laboratorios. Actualmente se usan para investigar enfermedades sobre tejido humano sin usar animales de laboratorio y por supuesto tampoco personas.
A los organoides los han hecho posibles los biorreactores, aparatos de cultivo que crean tejido a partir de células y que están en la base de la revolución de la carne cultivada. La gran fábrica de pollo cultivado que abrirá en EE.UU. dentro de muy poco abastecerá la materia para los nuggets en cadenas de comida rápida en pocos años.
Así que, científica y tecnológicamente, ya tenemos todos los avances necesarios para crear ordenadores biológicos.
La placa de Petri que jugaba al Pong
El Pong fue uno de los primeros videojuegos (Arcade). Para dos jugadores, en base al ping pong, con las barras laterales como raqueta y el pixel cuadrado, en esta imagen a la derecha, como pelota. La división central es la red.
En 2021 unos científicos australianos hicieron un avance con los transcriptores biológicos. Usando una placa de petri con un millón de neuronas fueron capaces de enseñar a ese organoide cerebral a jugar al Pong en cinco minutos. La inteligencia artificial de silicio tardó noventa. Esta rapidez nos pone en perspectiva la enorme importancia de los ordenadores biológicos ahora que la inteligencia artificial ha dado un gran paso adelante. La singularidad que predice una inteligencia artificial consciente, es decir, un ser inteligente parecido a nosotros, tiene el límite de la Ley de Moore y del consumo energético. Precisamente una queja habitual de OpenAI es el coste mensual de hacer funcionar chatGPT (coste de la energía y de los centros de datos). Pero no es solo un problema de dinero, sino de dimensión. ¿Cuánto necesitaría una inteligencia artificial consciente para funcionar? ¿Un centro de datos del tamaño de un rascacielos y una central nuclear dedicada solo a alimentarlo? Posiblemente sí. Por eso los ordenadores biológicos resultan tan prometedores.
Pero hay una ventaja añadida aún más importante en relación a la inteligencia artificial. Los ordenadores biológicos son peores para cálculos numéricos que los de silicio, pero mucho más eficientes en el aprendizaje, el machine learning en que se basa parte de la inteligencia artificial. Por tanto, si esta es la próxima revolución, los organoides cerebrales serán su base.
La OI, el camino a la inteligencia artificial consciente.
Organoid Intelligence, inteligencia organoide, puede ser, en breve, un término que oigamos asociado a la evolución tecnológica tanto como IA, inteligencia artificial. Al menos así lo anuncia Thomas Hartung desde la universidad Johns Hopkins en el artículo publicado la pasada semana en la revista Frontiers in Science. Este científico lleva quince años desarrollando organoides capaces de hacer computación biológica. De momento limitados a una pequeña actividad, como el Pong, pero capaces de evolucionar a un cerebro análogo al humano. Es decir, a un supercomputador que pueda albergar, en poco espacio y operando con rapidez, al primer ser artificial consciente e inteligente diseñado por humanos. Conseguirlo dependerá del tiempo de investigación y desarrollo y del dinero invertido en ello, pero puede que ahora tengan una ventaja que llega de donde menos se esperaría. La inversión de las empresas de carne cultivada puede acelerar la creación del cerebro biológicos gracias a su producción de tejido en biorreactores. En lugar de filetes, cerebros.