Los magnates de Silicon Valley sueñan con ovejas eléctricas. (I, Mark Zuckenberg)
... y estos son los libros de ciencia ficción en que han basado sus productos.
Parafraseo la novela de Phillip K. Dick que dio origen a la película Blade Runner para subrayar cómo los creadores de Amazon, Meta, Tesla y otras grandes tecnológicas han recurrido a la ciencia ficción para crear sus imperios. Parece una idea absurda, filtrada primero a la prensa por aquellos ingenieros que recibían, en su primer día de trabajo, una de estas novelas para que les sirvieran como guía del mudo que debían construir. O una recomendación para leerlas. Luego fueron los propios Mark Zuckenberg, Elon Musk o Bill Gates quienes hablaron abiertamente de ello en las entrevistas que les hicieron. Según el juicio de quienes les escucharan podían parecer visionarios, o idiotas. ¿Basar un proyecto empresarial en un libro de pura ficción especulativa?
La opinión de que son idiotas se ha vuelto hoy más común, ligada a la idea de que ellos creen que por tener mucho dinero pueden cambiar la realidad a su antojo. Eso pretende Elon Musk, con sus donaciones millonarias a Michel Farage y al partido AfD, alternativa por Alemania, para que las dos formaciones de extrema derecha gobiernen, respectivamente, en Reino Unido y el país germano. Acaba de conseguir algo similar para sí mismo con 250 millones de dólares en el inminente gobierno de Donald Trump, así que, ¿por qué no intentarlo en otras partes del mundo? Este parece un objetivo mucho más asequible que terraformar Marte. Pero igualmente próximo a los mundos distópicos reflejados en las novelas de ciencia ficción.
Pero intentemos verlo de otro modo: fantasear con mejoras es el motor del progreso humano. En lugar de pararse en qué es posible, muchas personas se centraron en sus sueños utópicos, y gracias a eso salimos de las cuevas y acabamos aterrizando en la Luna. Ahora bien, que las ideas para la mejora del mundo partan de la ciencia ficción literaria parece una idea contraintuitiva. Al fin y al cabo los argumentos de los escritores fueron creados para entretener y fantasear. ¿O no?
Pues según Julio Verne, creador de este género, la respuesta es no. Un artículo suyo poco conocido es El fin de las guerras navales, y allí propone que el libro es un paso preliminar hacia la creación de la máquina, donde no importa tanto la calidad literaria como la calidad de la invención. Un manual de inspiración para que otros plasmen en metal (él emplea este término) sus ideas. Coloca por tanto al escritor como motor de impulso, y al ingeniero como mero realizador de sus ideas.
Verne inventó en sus novelas el submarino movido por baterías eléctricas de mercurio-sodio; el cohete espacial y el viaje a la Luna; y el helicóptero, incluso los aerotaxis. ¿Sirvieron sus ideas para los ingenieros? Al menos sí para uno de ellos, Igor Sikorski, quien manifestó que había copiado el diseño de su helicóptero de una novela de Verne. Sikorski fue el primero capaz de crear un helicóptero que se podía fabricar en serie, haciendo viable este medio de transporte aéreo, inventado por otros. Podríamos considerar que su caso es anecdótico, pero no así la enorme influencia de Julio Verne en la sociedad de su tiempo. Muchos ingenieros y científicos se sentirían inclinados a su vocación por sus novelas, leídas de niños, o cuando eran jóvenes. Y algo similar ha ocurrido con los hoy magnates de Silicon Valley.

Demos un salto en el tiempo, desde finales del siglo XIX a finales del siglo XX, momento en que encontramos la edad de oro de la ciencia ficción. Viajemos a los años ochenta y noventa, que no fueron las décadas en que se produjeron los mejores títulos, pero sí cuando su influencia y número de lectores alcanzó su cumbre. En esas décadas la mayoría de magnates tecnológicos que hoy son hombres maduros eran adolescentes o jóvenes que leían novelas de este género. Y uno de ellos, basándose en uno de estos libros, quiso deslumbrarnos mientras la pandemia de covid nos mantenía recluidos.
Mark Zuckenberg anunció entonces el metaverso, e incluso cambió su marca principal, Facebook, por el nuevo nombre de grupo empresarial Meta. Tomó ese nombre de la novela Snowcrash, rompenieves, de Neal Stephenson, un libro que además entregaba a los ingenieros de su empresa para que lo tomaran de modelo como imagen del mundo que debían construir. El libro de Stephenson, publicado en 1992, contiene cosas como la realidad virtual o las criptomonedas que en ese momento estaban dando sus primeros pasos. El argumento transcurre además en una ciudad de Los Ángeles donde el estado ha desaparecido, tomando su lugar las grandes tecnológicas. Fruto de su gestión sobre la ciudad, cada pequeño aspecto de la vida diaria se ha convertido en una transacción electrónica en el metaverso, donde se compran y venden productos y servicios para las corporaciones. No hay otra manera de comer, tener vivienda o comprar cualquier cosa que esa. No hay una divisa nacional, ni unos servicios públicos, pero sí existe una sociedad en la que vivir, una virtual, mínimamente apoyada por el salvaje mundo físico de fuera.
Salvando las distancias con la novela, lo cierto es que tanto nuestras compras online, como el acceso a los bancos, incluso el teletrabajo del protagonista, se realizan hoy como lo predijo Stephenson. Ha habido consecuencias no previstas, la participación masiva en el mundo digital de absolutamente todos los ciudadanos nos ha conducido a la polarización y a ese enfado permanente que hoy ya está presente también en la calle. Las redes sociales han sido el camino hacia esta distopía y Zuckenberg, como creador de Facebook, el primer gran impulsor, antes incluso de que Twitter, hoy X, adquiriera su protagonismo. Cuando anunció su Metaverso, el mundo se revolvió, expectante. Mientras el escritor de Snow Crash, como creador del concepto se apresuraba en Twitter ha asegurar que él no había tenido nada que ver con eso.
Hoy nos hemos casi olvidado del Metaverso, pero su impacto fue enorme, se crearon negocios, surgieron gurús que daban charlas bien pagadas por todo el mundo, incluso hubo gente que compró parcelas en el metaverso pagando 250.000 dólares por ellas. Como quien compra un terreno para construir. Es un proyecto aparentemente fallido, o que al menos no ha dado aún el resultado esperado, pero a Zuckenberg le sirvió para tapar el escándalo de Cambridge Analytica. Quedaba demostrado que los datos privados de usuarios de Facebook se habían usado para todo tipo de campañas de propaganda política, sin su consentimiento, y que lograron influir en su voto para la elección de Donald Trump como presidente, o en el voto a favor del Brexit. No fue el único uso de Facebook demostrado para difundir otras ideologías extremas, antes del MAGA el QANON, similar a él, o el radical Tea Party, consiguieron visibilidad y difusión gracias a esta red social. Con el cambio de nombre a Meta, y las promesas del metaverso, Zuckenberg consiguió que todo esto se olvidara, y que de paso la realidad de Snow Crash pareciera estar un poco más cerca.
Es relevante recordar que el magnate acaba de afirmar que las empresas necesitan un poco más de energía masculina, que están demasiado feminizadas y eso las ha hecho blanditas. Aparte de permitir que en su red social se califique a las personas LGTBI como enfermos o tarados, algo que hasta ahora se regulaba. Los analistas lo interpretan como un guiño a Donald Trump y a su aliado Elon Musk, porque Zuckenberg necesita su ayuda para que la Unión Europea levante las limitaciones en el uso de datos personales de usuarios europeos de Facebook.
Quedémonos, en esta entrega, con una idea final. Como veremos en las siguientes entregas, si en algo coinciden todos los títulos futuristas elegidos por los magnates de Silicon Valley es en ser distopías. Un término con el que la mayoría de ellos no está muy de acuerdo. Serán distópicos para nosotros, pero ellos se ven reflejados en los poderosos millonarios de esas novelas quienes, desde luego, viven estupendamente en ese futuro. Su utopía es nuestra distopía.
Próxima entrega: Elon Musk. No olvides suscribirte, ni animar a otros a que lo hagan. Gracias por leer.